En la madrugada del viernes el granizo se encargó de abrir un boquete en la tienda donde los caminantes cansados dormían. A pesar de ello no hubo obstáculo para que a las 7 30 horas de este sábado estuvieran listos para dar los pasos necesarios y llegar a Ciudad Universitaria. Así fue.
El primer tramo , desde Topilejo hasta dos kilómetros antes de la caseta de peaje, no lo caminamos lo rodamos. Las curvas previas al ingreso a la Ciudad de México hacían potencialmente peligroso ese trayecto de la marcha, tanto para peatones como para conductores. Una vez que estuvimos en terreno seguro reiniciamos nuestra marcha. Ahí me topé con don Nepomuceno Moreno Muñoz, hombre sonorense de eso recios. Traía consigo una maltrecha pancarta con los rostros de varios jóvenes; «este es mi hijo, Jorge Mario Moreno León, me lo desaparecieron los policías en Obregón» me contó que tras una persecución a la que Jorge había logrado sobrevivir, los policías lo ubicaron al día siguiente en un Oxxo, en donde las cámaras registraron los hechos.
Un día después, al llamar al celular del hijo, un policía le dijo a don Nepomuceno que querían 30 mil pesos; días después los policías le pasaron a su hijo para que se despidiera. «Me lo sentenciaron a muerte porque según estaba con una banda pero ¿qué los policías son empleados del narco?». «Por eso estoy aquí, quiero que me lo regresen o que me den su cuerpo.»
Cruzamos la caseta de cobro y pasamos en absoluto silencio frente al Colegio Militar, tras una hora de camino fuimos recibidos por la comunidad de San Pedro Mártir que a la postre resultó una inyección de ánimo y alegría. Nos dieron tanta comida que hasta sobró. Una comunidad volcada por la presencia de esa caravana de dolientes: niñas y niños de sonrisas y globos blancos.
A un kilómetro entramos a la ciudad y en la avenida Insurgentes fuimos recibidos por un cúmulo de aplausos y atenciones que venían de empleados de restaurantes, empresarios y pobladores de La Joya y San Fernando. Esa bienvenida nos hizo olvidar por un momento el dolor de pies. En las cercanías de Cuicuilco descansamos, ahí estaba Carlos Castro con la manta más grande de la marcha, cuatro rostros de mujeres y una lapidaria leyenda que decía «regrésenme a mi familia». Me contó que «el seis de enero en la madrugada y aprovechando mi ausencia, se llevaron a mi familia. No me han hablado, no me han pedido rescate y las autoridades no hacen nada, ya no se que hacer». Los rostros de la manta eran los de Josefina Campillo, esposa; Johana Castro Campillo y Karla Castro Campillo hijas y Araceli Utrera, trabajadora doméstica. Cuatro mujeres desaparecidas y un hombre con la vida devastada.
Retomamos el camino. La alegría estaba presente. Familias de San Jerónimo colocaron mesas y entre aplausos y vivas nos brindaron agua. Justo antes de Periférico se me hizo un nudo en la garganta cuando vi los hermosos carteles preparados por el @ContingenteMX.; en uno de ellos leí el nombre de mi querido Quetzalcóatl Leija. Cerca de la UNAM 80 estudiantes nos recibían con un Goya y el puño cerrado al aire. Los metros finales fueron los más pesados y a la vez los más emocionantes. En rectoría todo estaba dispuesto, un escenario, música, discursos y un réquiem.
No recuerdo que dijeron los oradores, en mi cabeza suenan aún las palabras de Carlos Castro: «qué es lo que hice para que devastaran a mi familia?
Mañana la jornada final. Mañana vamos al Zócalo.
Seguimos con mucha atencion por TV y a ratos fisicamente la #MARCHANACIONAL
estaremos en eje central hasta el Zocalo
Los admirables marchistas están pasando todas las pruebas y obstáculos que se les presentan; son un ejemplo digno de homenaje y reconocimiento; desde las Redes Sociales; en JesToryAS rendimos un sincero reconocimiento al valor, determinación, coraje y enorme Amor a la Paz y al cambio con el que marchan hacia el DF, Nuestros pensamientos y nuestras oraciones están con Ustedes, que Dios los bendiga y guíe sus pasos…
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VALOR A ESTAS PERSONAS, ME UNO AL DOLOR DE LOS JOVENES DESAPARECIDOs
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